Entre más doy, más contengo,
entre más sale de mi, vacío estaría,
pero al ver que me repongo me lleno de gozo
ya que puedo dar todo creyendo que no me
queda nada
y al ver mis adentros y
ver que todavía me queda algo
pienso,
¿en qué lo daré?
¡Señor mio! nos hiciste cual vasijas de
barro
que al vaciarse las vuelves a
llenar,
si tenían pan, al vaciarse
muchas veces
se vuelven vasijas de
oro
y al volverse a vaciar, las pules
con el brillo de tu mirada, complacida.
Ahora te comprendo mi Señor, mi
Alfarero,
ahora comprendo que si en
tus manos nos dejamos tallar
es para
que el recipiente sea cada vez más amplio.
Señor, al morir anhelo mis
manos estén vacías
pero que hayan
pasado por ellas palabras de mucho valor
que me diste para repartir
y al
verme así te complazcas y digas
vasija
buena, cuánto me serviste.
Arquímides Guillén